por Eliezer Yudkowsky
La primera virtud es curiosidad. Un ardiente deseo de conocer es más fuerte que un voto solemne de buscar la verdad. Sentir el picor ardiente de la curiosidad requiere tanto ser ignorante como un deseo de renunciar a la ignorancia. Si en tu corazón crees que ya sabes, o si en tu corazón no deseas saber, entonces tu inquisición carecerá de propósito, y tus habilidades de dirección. La curiosidad busca aniquilarse a sí misma; no hay curiosidad que no busque una respuesta. La gloria de un glorioso misterio es ser resuelto, tras lo cual deja de ser un misterio. Cuídate de aquellos que hablan de ser abiertos de mente y modestamente confiesan su ignorancia. Hay un tiempo para confesar a tu ignorancia y un tiempo para renunciar a tu ignorancia.
La segunda virtud es renuncia. P. C. Hodgell dijo: “Aquello que puede ser destruido por la verdad debería serlo”. No temas las experiencias que puedan destruir tus creencias. El pensamiento que no puedes pensar te controla más que aquellos pensamientos que pronuncias en voz alta. Sométete a los retos y ponte a prueba en el fuego. Renuncia a la emoción que descansa sobre una creencia errónea, y busca sentir totalmente esa emoción que encaja con los hechos. Si el hierro se aproxima a tu cara, y crees que está caliente, y está frío, la Senda se opone a tu miedo. Si el hierro se aproxima a tu cara, y crees que está frío, y está caliente, la Senda se opone a tu calma. Evalúa tus creencias primero, y luego llega a tus emociones. Dí a ti mismo: “Si el hierro está caliente, quiero creer que está caliente, y si está frío, quiero creer que está frío”. Cuídate de atarte a creencias que tal vez no desees.
La tercera virtud es ligereza. Deja que los vientos de la evidencia te lleven como si fueras una hoja, sin una dirección propia. Ten cuidado de no combatir una retirada de retaguardia contra la evidencia, concediendo a regañadientes cada metro de terreno sólo cuando te ves forzado, sintiéndote estafado. Ríndete a la evidencia tan pronto como puedas. Haz esto en el instante en que te des cuenta que estás resistiendo; el instante en el que puedas ver por dónde soplan los vientos de la evidencia en tu contra. Se desleal a tu causa y traiciónala a un enemigo más fuerte. Si consideras la evidencia como una limitación y buscas liberarte, te vendes a las cadenas de tus caprichos. Porque no puedes hacer un mapa correcto de una ciudad sentándote en tu habitación con los ojos cerrados y dibujando líneas en el papel según tus impulsos. Debes caminar por la ciudad y dibujar líneas en el papel que correspondan a lo que ves. Si, al ver la ciudad borrosa, crees que puedes ajustar una línea un poco a la derecha, un poco a la izquierda, según tu capricho, es el mismo error.
La cuarta virtud es equidad. Quien desea creer dice: “La evidencia, ¿me permite creer?” Quien no desea creer pregunta: “La evidencia, ¿me obliga a creer?” Cuídate de colocar enormes pesos de prueba sólo en proposiciones que no te gusten, y luego defenderte diciendo: “¡Es bueno ser escéptico!”. Si sólo atiendes a la evidencia favorable, buscando y escogiendo de entre tus datos recopilados, entonces cuantos más datos cojas, menos sabes. Si eres selectivo en los argumentos que inspeccionas en busca de errores, o en lo mucho que inspecciones en busca de errores, entonces cada error que aprendas a detectarte hace más estúpido. Si empiezas escribiendo al final de una hoja de papel: “Y por lo tanto, ¡el cielo es verde!”, no importa qué argumentos escribas más arriba; la conclusión ya está escrita y es ya bien correcta bien falsa. Ser hábil argumentando no es racionalidad sino racionalización. La inteligencia, para ser útil, debe ser usada para algo más que para derrotarse a sí misma. Estudia las hipótesis según desarrollan sus argumentos frente a ti, pero recuerda que tú no eres una hipótesis, tú eres el juez. Por lo tanto no busques defender un lado u otro, puesto que si conocieras tu destino, ya estarías allí.
La quinta virtud es argumentación. Aquellos que desean fracasar deben primero impedir a sus amigos que les ayuden. Aquellos que sonríen sabiamente y dicen: “no voy a discutir” se alejan de la ayuda, y se retiran del esfuerzo común. En una discusión esfuérzate por la honrada exactitud, en beneficio de los demás y también del propio: la parte de ti mismo que distorsiona lo que dices a los demás también distorsiona tus propios pensamientos. No creas que les haces a los demás un favor si aceptas sus argumentos; el favor es a ti mismo. No pienses que la justicia a todas las partes implique que tengas que equilibrar igualmente entre las posiciones; la verdad no se da en partes iguales antes del comienzo del debate. No puedes avanzar en cuestiones de hecho luchando con puños o insultos. Busca una prueba que permita a la realidad juzgar entre vosotros.
La sexta virtud es empirismo. Las raíces del conocimiento se encuentran en la observación y su fruto es la predicción. ¿Qué árbol crece sin hojas? ¿Qué árbol nos nutre sin fruto? Si un árbol cae en el bosque y nadie lo oye, ¿hace ruido? Uno dice: “sí, lo hace, porque produce vibraciones del aire”. Otro dice: “No, no lo hace, porque no hay ningún procesamiento auditivo en ningún cerebro”. Aunque discutan, uno diciendo “sí” y el otro diciendo “no”, ninguno de los dos anticipa una experiencia distinta del bosque. No preguntes qué creencias profesar, sino qué experiencias anticipar. Siempre debes saber sobre qué diferencia experiencial estás discutiendo. No dejes que la discusión se derive y se torne acerca de alguna otra cosa, como la virtud de uno como racionalista. Jerry Cleaver dijo: “lo que te deja fuera de juego no es el fracaso en aplicar una complicada y difícil técnica de alto nivel. Es pasar por alto lo básico. No mantener los ojos en la bola”. Que no te cieguen las palabras. Cuando eliminamos las palabras, las anticipaciones permanecen.
La séptima virtud es la simplicidad. Antoine de Saint-Exupéry dijo: “La perfección se alcanza no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”. La simplicidad es virtuosa en las creencias, diseño, planificación, y justificaciones. Cuando profesas una gigantesca creencia con muchos detalles, cada detalle adicional es otra oportunidad para que la creencia sea errónea. Cada especificación se añade a tu carga; si puedes aligerar tu carga debes hacerlo. No hay ninguna gota que carezca del poder de colmar el vaso. De los artefactos se dice: el motor más fiable es el que se diseña fuera de la máquina. De los planes: una red enmarañada se rompe. Una cadena de mil eslabones llegará a la conclusión correcta si cada paso es correcto, pero si un paso es erróneo te puede llevar a cualquier parte. En matemáticas una montaña de corrección no puede compensar por un único error. Por tanto, sé cuidadoso en cada paso.
La octava virtud es humildad. Ser humilde es tomar acciones específicas en anticipación a los propios errores. Confesar tu propia falibilidad y luego no hacer nada no es ser humilde; es presumir de modestia. ¿Quiénes son los más humildes? Aquellos que con más habilidad se preparan para los más profundos y catastróficos errores en sus propias creencias y planes. Dado que este mundo contiene a muchos cuyo entendimiento de la racionalidad es abismal, los estudiantes primerizos de la racionalidad ganan discusiones y adquieren una visión exagerada de sus propias habilidades. Pero ser superior es inútil: la vida no se puntúa en una curva. El mejor físico de la Antigua Grecia era incapaz de calcular la trayectoria de una manzana cayendo. No hay garantía de obtener resultados adecuados dado tu mayor esfuerzo; por tanto no pierdas el tiempo contemplando la posibilidad de que otros lo estén haciendo peor. Si te comparas con otros no verás los sesgos que todos los humanos comparten. Ser humano es cometer diez mil errores. Nadie en este mundo alcanza la perfección.
La novena virtud es perfeccionismo. Cuantos más errores corrijas en ti mismo, más detectarás. A medida que tu mente se vuelve más silenciosa, oyes más ruidos. Cuando te des cuenta de un error en ti mismo, esto indica tu disponibilidad para tratar de avanzar al siguiente nivel. Si toleras el error en lugar de corregirlo, no avanzarás al siguiente nivel y no ganarás la habilidad de detectar nuevos errores. En cada arte, si no buscas la perfección te detendrás antes de dar tus primeros pasos. Si la perfección es imposible no es una excusa para no intentarlo. Busca el estándar más alto que puedas imaginar, y busca uno aún más elevado. No te contentes con la respuesta que es casi correcta; busca aquella que es exactamente correcta.
La décima virtud es la precisión. Uno viene y dice: la cantidad está entre 1 y 100. Otro dice: la cantidan está entre 40 y 50. Si la cantidad es 42 los dos tienen razón, pero la segunda predicción era más útil y se expuso a una prueba más estricta. Lo que es cierto sobre una manzana puede no serlo respecto a otra; por tanto puede decirse más sobre una única manzana que sobre todas las manzanas del mundo. Los argumentos más estrechos cortan más profundo, como el filo de la navaja. Como el mapa, también con el arte de la cartografía: la Senda es un Arte preciso. No camines hacia la verdad, sino danza. En cada paso de esa danza, tu pie cae exactamente en el lugar correcto. Cada pieza de evidencia desplaza tus creencias exactamente la cantidad correcta, ni más ni menos. ¿Cuánto es exactamente la cantidad correcta? Para calcularla debes estudiar teoría de la probabilidad. Incluso aunque no puedas usar la matemática, saber que la matemática existe te dice que el paso de danza es preciso y que no tiene lugar para tus caprichos.
La undécima virtud es academicismo. Estudia muchas ciencias y absorbe su poder como propio. Cada campo que consumas te hará más grande. Si engulles suficientes ciencias los espacios entre ellas se reducirán y tu conocimiento será un todo unificado. Si eres glotón serás capaz de ser más grande que las montañas. Es especialmente importante comer matemáticas y ciencias que estudien la racionalidad: psicología evolucionista, heurísticos y sesgos, psicología social, teoría de la probabilidad, teoría de la decisión. Pero éstos no deben ser tus únicos campos de estudio. El Arte debe tener un propósito distinto de sí mismo, o colapsará en una recursividad infinita.
Por encima de estas once virtudes hay una virtud sin nombre.
Miyamoto Musashi escribió, en El Libro de los Cinco Anillos:
“Lo más importante cuando coges una espada en tus manos es tu intención de cortar al enemigo, con cualquier medio. Cuando bloquees, golpees, rebotes, impactes o toques la espada cortante de tu enemigo, debes cortar a tu enemigo en el mismo movimiento. Es esencial conseguir esto. Si sólo piensas en golpear, rebotar, impactar o tocar al enemigo, serás incapaz de realmente cortarle. Más que nada, debes pensar en ejecutar tu movimiento hasta cortarle”
Cada paso de tu razonamiento debe cortar a través de la respuesta correcta en el mismo movimiento. Más que nada, debes pensar en hacer que tu mapa refleje el territorio.
Si fracasas en obtener una respuesta correcta, es fútil protestar que actuabas con propiedad.
¿Cómo puedes mejorar tu concepción de la racionalidad? No diciéndote a ti mismo: “es mi deber ser racional”. Con esto sólo ensalzas tu concepción equivocada. Tal vez tu concepción de racionalidad es que es racional creer en las palabras del Gran Profesor, y el Gran Profesor dice: “el cielo es verde”, y tú miras al cielos y ves azul. Si piensas: “Puede parecer que el cielo es azul, pero la racionalidad es creer en las palabras del Gran Profesor”, pierdes una oportunidad de descubrir tu error.
No te preguntes sobre si es “la Senda” hacer esto o aquello. Pregunta si el cielo es azul o verde. Si hablas demasiado de la Senda nunca la alcanzarás.
Puedes tratar de llamar al máximo principio con nombres como “el mapa que refleja el territorio”, o “experiencia de éxito y fracaso” o “teoría bayesiana de la decisión”. Pero tal vez describas incorrectamente la virtud sin nombre. ¿Cómo descubrirás entonces tu error? No comparando tu descripción consigo misma, sino comparándola con aquellas que no empleaste.
Si durante muchos años practicas las técnicas y te sometes a estrictas limitaciones, es posible que atisbes el centro. Entonces verás cómo todas las técnicas son una técnica, y te moverás correctamente sin sentirte limitado. Musashi escribió: “Cuando aprecies el poder de la naturaleza, conozcas el ritmo de cada situación, serás capaz de golpear al enemigo de forma natural y de impactar de forma natural. Todo esto es la Senda del Vacío.”
Éstas son por tanto las doce virtudes de la racionalidad:
Curiosidad, renuncia, ligereza, equidad, argumentación, empirismo, simplicidad, humildad, perfeccionismo, precisión, academicismo, y el vacío.
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